El camino largo y extenso, al costado de la ruta. Sus pies avanzando con prisa, para no perder el ritmo. El ruido solenme al pisar el suelo endurecido por el tiempo y cubierto por el azaroso trajinar del viento, verdadero dueño de las hojas y el polvo.
El lejano trino de los pájaros invadía el oído, pero con sano propósito de endulzar los sentidos. Algún grillo se sumaba, desde alguna maleza rala, escondido de la gente como temiendo el repudio.
Ya la noche había caído y las luces de los coches de frente iluminaban su andar. La vista siempre al piso, mirándose los zapatos ir y venir. De vez en cuando la brisa fresca estremecía sus hombros desnudos.
Su cuerpo recortaba la noche para cualquiera que la viera avanzar desde un vehículo al pasar. Su tranco sereno pero decidido la llevaba donde muchos ya sabían, la podían encontrar.
Cruzó el puentecido de chapa que la separaba de su garita habitual y allí estaba, en su infierno terrenal. Cartera roja en mano, minifalda negra corta, muy corta y arriba, apenas un corpiño y un chal. Se llevó el pelo hacia atrás, al tiempo que respiraba hondo y se decía «una noche más».
Sacó de la cartera sus cigarrillos y un encendedor. Buscó que la brisa no le apagara la llama y encendió su cigarro. Su mirada se fue hacia un costado, donde una sombra cobró forma. No pudo más que atinar a cubrir su rostro, pero ya era tarde. Sintió como el filo frío y lacerante de un cuchillo le penetraba la piel de su rostro y hasta tuvo el tiempo de darse cuenta que la misma hoja salía de su cuerpo y volvía a entrar varias veces, mientras dolores indescriptibles se iban amontonando en su interior.
Lo último que vió, de espaldas sobre el suelo, fue un grillo muy pequeño, observándola curioso, desde un rincón de la garita, bien oculto en las sombras, como escondiéndose de la gente, temiendo a ser herido.
El camino al lado de la ruta
29 domingo Mar 2009
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